Lo Eterno en Francisco Hernández

La intuición necesaria del creador así como su sensibilidad, son las verdaderas herramientas de trabajo que nos permiten vislumbrar el ser interior del artista. Son estos atributos los que dirigen y contemplan, a través de los sentidos, la realidad. Pero no se trata tanto de una realidad tangible, como aquella que se trasciende.

En F. Hernández, esta intuición le valió para enraizarse en sí mismo, retando y cuestionando, una y otra vez, no al núcleo social que lo habría de comprender sino a su propio espíritu creador; es decir, su búsqueda de lo bello como concepto:

Persigo fundamentalmente la Belleza, ese misterioso imán indefinible pero que existe, está y convive con nosotros. Por mi condición de andaluz, noto y siento la necesidad de representar los elementos intemporales. El hombre, la planta, la nube, el cielo, etc. Un sentimiento cósmico fuera del tiempo. La voz de estos cuerpos educó mi infancia y ha influido para redimir a mis seres y recrearlos lejos de la angustiosa violencia del cemento, el acero, el automatismo y la densidad de las grandes ciudades. Todo este material de naturaleza, seres y espacios los cuido como un clásico, con base helénica en cuanto a orden y equilibrio. La geometría discurre, igualmente, en mi obra por sus rincones y armazón, con voluntad monumental, buscando el diálogo entre formas y geometría, dejando finalmente un orificio por donde discurra lo inapreciable-el temblor-lo desconocido 1Transcrito literalmente de documento original del artista que sirvió posteriormente para la publicación del libro Francisco Hernández, de Manuel Ríos Ruiz, y editado por la Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural en 1977. Madrid.

Ello, inquirió sobre sí como una necesidad que le derivó hacia el conocimiento profundo de la historia del arte, así como su estudio técnico, tanto del pasado como del presente pues es eternidad inmutable como dijera Baudelaire, realizándolo de forma autodidacta e inquieta ya que lo aprendido nunca fue suficiente.

Es así que su obra se construyó sobre la firme base clásica, absorbida meticulosamente a muy temprana edad, para dar rienda suelta a la libertad creativa que, en unos momentos buceó en el expresionismo mágico; en otros, en la alegoría barroca andaluza; en otras, en el mediterráneo helenístico, con una pincelada prieta sometida al dibujo; o bien, en una grafía en la que desdeñó el volumen en detrimento del ritmo de la línea y del color, donde ya sólo valía la esencia pura de la idea.

Ello pudiera parecer que los diferentes estilos que nos podemos encontrar en su obra son frutos de una inspiración casual. Esto supondría caer en un error pues la mano dirigida por ese artista que latió en su interior, depositó las mismas virtudes sobre los lenguajes más accesibles, o bien, sobre los más herméticos, pero siempre aprehensibles en su esencia y con la continuidad necesaria en su contexto evolutivo.

Por tanto, observar un cuadro de mediados del siglo XX, con su inherente estilo y técnica, va dar los mismos resultados que uno realizado en la primera década del siglo XXI, porque, aun comprendiendo las diferencias que estriban entre los años transcurridos, con todas las complejidades que siempre conlleva la creación a lo largo del tiempo, ese hilo conductor persiste y es lo que los une en una evidencia estructural que se desarrolla desde su infancia y ello es, sin duda, el dominio en el dibujo.

Éste, se puede decir fehacientemente, es el orden que no enmascara sino que ensalza y transparenta toda su producción, pues la dota de una solidez incuestionable.

Así, ello nos advierte que profundizar en su obra es hacerlo, igualmente, en su pensamiento y esencia vital pues para él, la vida fue arte y el arte fue vida, hecho que no se puede escindir y que, a menudo, podemos pasar de soslayo y mirar superficialmente quedándonos en lo anecdótico del continente y no en la verdadera naturaleza del contenido.

Porque éste evoca el trasunto del espíritu y se despliega sobre el lienzo para expresar y recrear el tiempo y el espacio, la materia y la forma; pero también, el sueño y la vigilia, la luz y la oscuridad, en fin, la condición del ser y del no ser ya que, en algún momento, las oscilaciones internas también florecen y se enardecen pudiendo parecer contradictorio sin serlo.

Mas, sigue coexistiendo esa vibración personal, esa impronta que identifica cualitativamente la obra y a su autor como resultados del latir imperecedero y de existencia. Por ello, los giros y quiebros que hallamos en su quehacer conducen, no a diferentes estéticas plásticas que presumieron de estar en uso, sino más bien, al análisis de su propia conciencia interior unida a la observación del entorno.

Se nutrió a sí mismo y como resultado de esa digestión, aparecieron nuevos modelos de convivencia en la obra que marcaron rutas de expresión distintas pero siempre dirigentes hacia el mismo destino, un universo pictórico que trascendió la realidad y que lo llevó siempre a un más allá en busca de la belleza desde su visualización interna.

Ello es innegable porque la capacidad creativa le superó a sí mismo, en cierto sentido no fue su dueño, y le procuró la incesante obligación de continuar; un no parar que pudiera rayar en la insatisfacción, no frustrada, sino en el reto de saber que ello fue su vida y un conformismo hubiese supuesto la muerte de su ser interno y, por tanto, la muerte del artista.

Y no fue así. Su intuición creativa lo eternizó a través de las miradas del espectador que contempla y contemplarán su obra; su realidad trascendida, en definitiva, su sentido de belleza del momento que le tocó vivir.

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    Transcrito literalmente de documento original del artista que sirvió posteriormente para la publicación del libro Francisco Hernández, de Manuel Ríos Ruiz, y editado por la Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural en 1977. Madrid.
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    Transcrito literalmente de documento original del artista que sirvió posteriormente para la publicación del libro Francisco Hernández, de Manuel Ríos Ruiz, y editado por la Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural en 1977. Madrid.